Sin duda a leer se aprende
leyendo, y si los niños leen con alegría, con gusto, con ganas, tendremos
asegurado parte del éxito. Pero no podemos olvidar que al principio puede ser duro.
Coger un libro, abrirlo, y sentarse solo a leer, requiere un hábito y un
esfuerzo. Y eso a veces puede no gustar al principio. Cuando un niño comienza a
dar sus primeros pasos se encuentra con muchas dificultades: camina despacio, a
veces se cae, se tambalea, o se da un pequeño golpe, y no comprende en ese
momento las satisfacciones que le dará andar y correr con soltura. Igualmente,
cuando un niño comienza el proceso de leer y tiene sus primeros libros en las
manos, puede que no comprenda que con el paso del tiempo esa actividad también
le dará muchas alegrías.
Puede que al principio le
cueste un poco llegar a disfrutar de esos momentos de soledad y silencio que
requiere la lectura pero cuando lo consiga será un logro indescriptible.
Pero somos nosotros los que
debemos hacerles ver que cada libro es una aventura, un camino sin recorrer, una
ventana sin abrir. Si empe-zamos a recorrer ese camino, a abrir esa ventana, podremos
mirar al mundo con ojos diferentes. Y no sólo el mundo que tenemos delante sino
mundos lejanos, mundos mágicos, mundos silenciosos, mundos llenos de dragones,
hadas, duendes o brujas, mundos llenos de poesías y cuentos que pueden llegar a
emocionarnos y “remover” nuestro interior.
Debemos hacerles ver que si
queremos podremos convertirnos en acompañantes del protagonista que va por un tenebroso
sendero lleno de misterios, y que nos emocionaremos con él cuando llegue a su destino,
o nos pondremos a temblar cuando entre aquellas líneas intuyamos algún peligro.
¿No es eso realmente como
vivir otra vida? Y eso… ¿de verdad pensamos que no merece la pena? ¿Creéis que
algunos de nuestros niños no soñarían escuchando este poema y se trasladarían a
esa noche mágica del cinco de enero sólo con escucharlo?
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